Como no se conocen las causas que producen la enfermedad, no es posible por el momento llevar a cabo una prevención de la misma (prevención primaria). Sin embargo, sí estamos preparados para, si se presenta, detectarla a tiempo de poder ser curada (prevención secundaria). Existe una serie de aspectos, en este sentido, que es conveniente tener presente:
La autoexploración mamaria mensual ha sido una constante en los programas de prevención del cáncer de mama; sin embargo ha ido perdiendo importancia con el acceso de la mujer a los controles ginecológicos y mamarios periódicos y a los programas de detección temprana. Hoy es exigible el diagnóstico de cánceres de mama no palpables y eso solamente se consigue con un estudio instrumental de calidad. En las campañas de prevención, estos casos ocupan ya cerca del 40% de los diagnósticos; la mayoría de las veces se trata de tumores aun no invasores, con curaciones en cerca del 100% de las ocasiones.
A partir de los 35 años, la mujer debe comenzar a realizar anualmente sus controles mamarios. Es a esta edad, aunque algunos piensan que es preferible a los 40 años, cuando debe efectuarse el primer estudio mamográfico, que servirá de base comparativa con los siguientes controles. Hasta los 40-45 años la mamografía se repetirá cada 2 años y después anualmente. La revisión incluirá un interrogatorio pormenorizado y una inspección y palpación cuidadosas. La ecografía, sobre todo en mujeres jóvenes, será muy útil para completar el estudio radiológico.
El screening, tamizado o selección, es un método para detectar una enfermedad no diagnosticada ni sospechada. Según la Organización Mundial de la Salud se trata de la identificación presuntiva de un defecto o enfermedad no reconocida mediante pruebas, exámenes u otros medios que puedan ser aplicados rápida y fácilmente. Con estas pruebas no se pretende hacer un diagnóstico. Las personas con hallazgos positivos o sospechosos son remitidas a sus especialistas para diagnóstico y tratamiento si procede. El estudio debe repetirse cada año o dos años en función de las características de las pacientes, fundamentalmente de sus factores de riesgo. Diferentes estudios llevados a cabo en todo el mundo en los últimos 40 años, han demostrado que estos programas consiguen una reducción de la mortalidad del cáncer de mama entre el 30 y 40%. Esta reducción es más significativa en mujeres por encima de los 45 años; sin embargo el no incluir para estudio a mujeres entre 35 y 45 años supondría el retraso diagnóstico de más de un tercio de todos los cánceres de mama, riesgo éste que no puede ser aceptado.
Lamentablemente está muy arraigada, incluso entre profesionales de la medicina, la idea de que la mamografía es una exploración peligrosa. Efectivamente, la mamografía comporta la utilización de rayos X y estos no son inocuos. Se estima que, con las actuales películas ultrarrápidas incluidas en cassettes al vacío y equipos de mamografía autoprotegidos, la dosis de radiación para un estudio de ambas mamas en 2 proyecciones no alcanza la cifra de 0,03 rad. Conviene recordar que la dosis de radioterapia que recibe una mama conservada después de la extirpación de un cáncer es de unos 5.000 rad. Es muy conocida una relación de algunas actividades de la vida diaria que se comparan con el hecho de hacerse un estudio mamográfico completo: el riesgo es el mismo que tener 60 años de edad durante 10 minutos, fumar tres cuartas partes de un cigarrillo, viajar 1.000 Km. en avión o 150 en automóvil. El riesgo es tan remoto, que se necesitarían 50 millones de mujeres controladas durante 20 años para poder demostrar el peligro, si es que existiera, después de la dosis de 1 rad.
Se estima que la mayor parte de los cánceres de mama son esporádicos; el cáncer aparece en un miembro de una familia sin que se repita en esa generación. Pero alrededor del 10% puede depender de algún tipo de factor genético hereditario. Se conocen 2 genes, denominados BRCA1 y BRCA2, que se relacionan con una predisposición aumentada del 45 y 35 %, respectivamente , de padecer la enfermedad. Alteraciones en algún otro gen relacionado con los cromosomas 11 y 17, son mucho menos frecuentes. Al no existir medidas preventivas razonables para individuos que presenten estas alteraciones genéticas, el estudio de las mismas en familiares de pacientes que son diagnosticados de cáncer de mama, no parece estar indicado por el momento, al menos de forma sistemática.